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jueves, 28 de abril de 2011

2. Primeros síntomas

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Rozó mis labios con su lengua, pasándola lentamente por cada uno de ellos, se alejó mirándome a los ojos y me dijo:
-Por eso me gusta tenerte así de cerca.

Me quedé mirándolo y no pasaron más 10 de segundos antes que yo me abalanzara sobre él para darle un beso de verdad, el primero de toda nuestra relación, mi primer beso con mi primer amor, Armand.

Armand no fue el primer hombre que besé, ni el primero con que me acosté, pero es el número uno porque fue el primero que amé, o creí amar, pienso que si no fue amor, fue algo muy parecido. Pero bueno, no es eso lo que quiero contar.

Armand me enseñó a descubrirme como mujer, desde la primera vez que me acosté con él me hizo sentir a gusto, me gustaba saber que lo volvía loco, que sólo tenía que seducirlo un segundo para obtener de él lo que quisiera, pero además me gustaba oírlo decir: Definitivamente eres el mejor sexo.

Juntos descubrimos muchas cosas del otro, a él podía decirle siempre cualquier locura, sin temor a ser juzgada, al contrario, juntos descubrimos fetiches que no pensamos tener, pero entre nuestras preferencias estaba por ejemplo darnos cachetadas, jugar a violarnos, vendarnos los ojos y hasta ponernos leche condensada o cualquier cosa que tuviéramos a la mano.

Con Armand me di cuenta que no podía vivir sin pensar en un solo momento en sexo, de las 24 horas del día más o menos 8 las dedicaba a divagar y a planear nuestro próximo encuentro, me gustaba mirar aparatos en las tiendas de sexo, comprar corsés, ligueros, mallas y cuanta cosa nueva vendieran. Soy una enferma del sexo, y aunque con él lo descubrí y lo disfruté por mucho tiempo, la frase final de nuestra relación, además de los muchos problemas fue:

-En serio, no te puedo seguir el ritmo.

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